Víctor Franco Castro, alumni de ProCalidad, especialista en educación, ex Director Regional de Educación de Tacna, nos advierte con su peculiar ilustración verbal acerca de la crisis global ambiental y de los retos que hay que asumir como puntales de la labor educacional.
VOLVIENDO LA MIRADA A LA MADRE TIERRA. A propósito de cambios globales.
VOLVIENDO LA MIRADA A LA MADRE TIERRA. A propósito de cambios globales.
Por Víctor P. Franco Castro
Los últimos
acontecimientos globales nos ofrecen un sombrío panorama sobre lo que nos
espera dentro de poco. Es que no necesitamos oráculos ni videntes cuando, desde
Hiroshima (1945), pasando por Chernóbil (1986), hasta la pesadilla de Fukushima
de nuestros días, no hemos reparado en los cruentos atentados al planeta Tierra
que han alterado progresiva y totalmente los cánones mínimos de habitabilidad.
Entonces, no nos
debe resultar extraño que, cuando esperamos un amanecer con un radiante sol, se
presente una abrupta neblina acompañada de lluvias inusuales; o, a puertas de
un crudo invierno, el sol y sus peligrosos rayos UV causen estragos en la
población, marcando su presencia con altas temperaturas, acercándonos a un
punto climático crítico de pronósticos no muy tranquilizantes. Tampoco parece
importarnos que el hábitat de algunas zonas geográficas del planeta se haya
venido alterando radicalmente al extremo de provocar la extinción de muchas
especies de flora y fauna, como consecuencia de una acumulación irracional de
residuos sólidos y polución de gases contaminantes a escala atmosférica que han
invadido imperceptiblemente nuestro diario vivir; cuando no, subsidiado por
conductas predatorias de nosotros mismos. Esos son los desencadenantes del
llamado calentamiento global.
Los efectos de
estas variables se han alojado en lo más íntimo de nuestros espacios de
convivencia y está deteriorando la calidad de vida progresivamente, con
tendencias a volver inhabitables las grandes metrópolis y las urbes, amenazando
arrasar con las pocas reservas naturales y morales que aún podemos enarbolar
como refugios frente a probables catástrofes. Los pueblos olvidados, las
comunidades indígenas y las zonas rurales representan esa reserva ecológica.
Por consiguiente, resulta imperioso prestar atención a las exigencias que hemos
venido ignorando por mucho tiempo, respecto a una relación armoniosa con la
naturaleza y la valoración, cada vez más urgente, de la gran sabiduría que
encierran las culturas ancestrales que han pervivido, a pesar de la arremetida
de la modernidad y del espiral consumista que ha penetrado en las venas de
nuestra sociedad.
Hoy
que emerge con inusitada batahola la proximidad del “apocalipsis”, a partir de
la lectura de ciclos y ritmos de la naturaleza que, tanto Nostradamus como los
Mayas, coinciden en temerarias predicciones, deberíamos volver la mirada a los
saberes culturales que encierran nuestros pueblos. De lo contrario, habremos
suscrito, en calidad de cómplices, el acta de inicio de las catástrofes que
devendrían en el “juicio final” tan anunciado. Es urgente revalorar la
sabiduría popular de nuestros ancestros por cuanto han revelado un asombroso
paralelismo con los aportes científicos del mundo occidental. Emilio Tenti
(2007) mencionaba que “el pasado está en
las cosas y en los hombres del presente”, lo que nos conduce a fortalecer
la cultura tradicional como uno de los baluartes más poderosos que han
permitido resistir a los embates homogeneizantes de la postmodernidad, gracias
a nuestra diversidad.
Desde
este espacio pedagógico intentamos poner en relieve la interpelación de la
Madre Tierra hacia una relación armoniosa entre ella y el ser humano. Es hora
de recuperar la armonía entre la naturaleza y el ser humano. Y, a la educación,
como sistema y como herencia trascendente de nuestros antepasados, le corresponde
reconocer y valorar el potencial cultural y natural de los pueblos indígenas
para el desarrollo de la sociedad como un todo.
Ánimo,
que nuestro mundo todavía es posible. Es el mundo en el que vivirán nuestros
descendientes.