Tras varios años deambulando entre chachacomos y q’euñas allá, en mi tierra, me adentré en estas otras tierras.
Corría el curso 1993 y se quedaban mis hermanos y mi madre en casa. Me vieron de la puerta de la casa, vieron que partía con mi mochila, unos lapiceros, un cuaderno y una estructura curricular básica.
Ese fue el mismo año en que mi destino empezaba a formar parte de donde hoy continúo y soy, de la I.E. 50229 de Poronccoe.
Me gusta trabajar aquí. Tal vez porque soy un gran amante de lo natural.
Es difícil dar forma a los sentimientos, recuerdos y vivencias. Eso se lleva dentro inundando el alma y el ser por completo.
Ser maestro rural es una esencia que te impregna o evapora conforme pasan los años.
A mí me sedujo el perfume de las hierbaluisas y lo frondoso de los cafetales. Los gallinazos fondeando en cielos azules, la cigarra que viene todas las primaveras y el paso de los loros en noviembre hacia la cima del gigante Urusayhua. He visto casi todos los colores cambiar y pintarse allá en las montañas al ritmo de multitud de sinfonías ofrecidas por jilgueros y verdecillos.
Para atender a los niños y niñas, cuya lengua con la que nacen es el precioso quechua, soy el único docente a cargo, por lo que resulta muy difícil –aunque al final, no lo es pues aprendemos juntos- poder llevar adelante un trabajo personalizado, de sujeto a sujeto, como el proceso de enseñanza - aprendizaje requiere; sobre todo cuando de enseñar en quechua y castellano se refiere... más aún, teniendo en cuenta la falta de libros y de material didáctico de todo tipo, elementos que, como era de prever, una escuela como esta no posee... pero que está en pie... digna, no por obra del Ministerio de Educación, sino por el trabajo de la comunidad, de los padres que la levantaron a pulmón, con esfuerzo, adobe a adobe, barro y paja, clavo a clavo...
Satisfecho de pertenecer a una gran familia. Una familia de vínculos profesionales y afectivos muy fuertes. Porque somos una maravillosa Comunidad Educativa. Alcaldes siempre dispuestos a ofrecer sus servicios, padres colaboradores hasta la saciedad, alumnos con ganas de crecer, compañeros afables y demás vecinos en general atentos y cordiales.
Aquí cuando se estrecha la mano es para siempre. El saludo es verdadero y la conversación espontánea.
Algo funcionará bien cuando antiguos alumnos nos siguen saludando y acercándose a nosotros después de tantos años. Se ha tejido una maraña de relaciones en nuestra escuela que han forjado grandes amistades los hombres y mujeres que ayer fueron niños y niñas.
Sí, aquí estamos guiados por la vocación, por el deseo de entregar hasta la propia vida para terminar con tantas injusticias... llevando adelante una labor que es ampliamente gratificante, que nos llena de alegría cada vez que vemos la sonrisa de un niño o estrechados la mano terrosa -de campesino- de uno de sus padres... vocación que en modo alguno puede sustituir el papel inamovible del Estado: Garantizar la educación pública a todos los habitantes de nuestro país, con edificios escolares en buenas condiciones edilicias y sanitarias, con becas a los estudiantes y con sueldos docentes que permitan -como mínimo- la mantención de una familia.
Pero, aquí todo transcurre con más calma y humanidad. La cercanía es nuestra gran aliada. Somos actores de teatro que sentimos muy de cerca los aplausos y silbidos. Es un escenario real.
La escuela rural es grande, muy pedagógica y científica. Lo aseguro con rotundidad y sin complejos. Demostrado desde hace años. Nuestras escuelas de pueblo han servido de laboratorio a veces para implantar programas educativos y planes que luego han tenido una trascendencia muy positiva en los aprendizajes.
Aquí se aprende de verdad. Pero sobre todo, se aprende a ser persona. Ser de provecho para el mañana cercano.
¡Y claro que se forjan los primeros cimientos para nuevos aprendizajes! ¡Y claro que muchos terminan carreras universitarias! ¡Y claro que otros han preferido dedicarse a ser hoy fabulosos agricultores, albañiles, granjeros o conductores…!
Pero, aquí estamos... diciendo presente día a día... vestidos con la misma ropa del campesino –la única, digna en sus zurcidas-, armados de cuadernos y de tizas... y caricias, buscando llevar un poco de esperanza, de palabras simples -que muestran cosas nuevas, que enseñan sencillamente- para que puedan ser aprendidas y aprehendidas.
Sí, aquí estamos diciendo presente para garantizar esa renombrada 'igualdad de oportunidades' frente a niños que, en muchos casos, recién conocen el idioma y la bandera cuando ingresan en la escuela, haciendo justicia al alfabetizar...
Pero repito, todos ellos, queridos antiguos alumnos, están unidos por un único cordón umbilical: la pertenencia a una tierra, a un espacio común que los ha protegido y los sigue cobijando desde siempre y para siempre.
No me extenderé en la cantidad de experiencias, proyectos y actividades que desde esta escuela han surgido porque otros lo han narrado ya magníficamente.
Mi emoción sólo me hace navegar con velas pintadas de sentimientos. Porque aquí he hecho muy buenos amigos. Mis abuelos fueron maestros rurales. Mi padre también. Y ahora recojo yo el testigo de la vocación rural. Contratiempos, pues también los hay. Pero el fin último es el reconocimiento de los niños y niñas. Esas sonrisas mañaneras que te ofrecen, los abrazos y complicidades.
Doy gracias a mi mujer Blanca y a mis hijos Ernesto y Edith por la paciencia que a veces tienen conmigo cuando atiendo más los temas profesionales que personales. Pero ellos me entienden porque saben que soy feliz.
Gracias a todos vosotros, padres, alumnos, alcaldes, compañeros, taberneros y amigos.
Yo, maestro rural. Yo, me quedo aquí.